Argentina, como venimos sosteniendo, opera hoy como una colonia próspera dentro del sistema financiero internacional. Su supuesta estabilidad monetaria, sostenida artificialmente por los préstamos y lineamientos del Fondo Monetario Internacional, encubre una verdad más cruda: la pérdida sistemática de capacidad de decisión sobre su propio destino. El Estado argentino, obligado a cumplir metas de déficit y ajuste dictadas desde Washington, quedó reducido a un simple gestor de políticas orquestadas para garantizar el repago de deudas externas, a costa del bolsillo del pueblo y la desindustrialización. No se trata de una serie de "errores" puntuales de gestión, sino de una estructura de dependencia funcional a los intereses del capital transnacional, que datan desde hace décadas.
El gobierno de Milei profundiza esta lógica de entrega con un discurso libertario que se traduce en un vaciamiento del Estado y una liquidación acelerada de los recursos estratégicos nacionales. La apertura irrestricta de importaciones, la desregulación total del mercado, la entrega del litio, el agua y la soberanía energética a empresas extranjeras no son más que capítulos actualizados de una historia de sometimiento iniciada por gobiernos anteriores, desde el proceso, pasando por la socialdemocracia alfonsinista, el liberalismo menemista, el aliancismo de la crisis del 2001, los kirchnerismos en sus diferentes versiones y el macrismo; todos partícipes —por acción u omisión— del modelo extractivista y dependiente. Lo que hoy se presenta como “libertad económica” es, en realidad, una renuncia programada a cualquier posibilidad de desarrollo autónomo.
En este marco, la política comercial anunciada por Trump, que busca aumentar los aranceles a los productos extranjeros para proteger la industria norteamericana, representa un nuevo golpe para la economía argentina. En un país cuya matriz productiva ha sido devastada por décadas, y cuya balanza comercial depende cada vez más de la exportación de materias primas sin valor agregado, la imposición de barreras arancelarias por parte de Estados Unidos reduce drásticamente sus posibilidades de inserción internacional. Así, mientras Argentina se somete al dictado de organismos multilaterales y potencia la extranjerización de sus recursos, vemos como las principales potencias económicas del mundo se repliegan sobre sí mismas, protegen sus mercados y refuerzan su soberanía. La ironía trágica es que, en nombre de una libertad ficticia, Argentina entrega lo poco que le queda de Nación.