Como he visto que mis modestas reflexiones acerca del Valle de los Caídos han molestado e irritado en exceso a algunos "perroflautas ideológicos", he decidido continuar con ellas.

En esta ocasión, únicamente quiero hacer notar un detalle importante. Puede que me equivoque, pero no me consta que nadie lo haya subrayado todavía.

En el Valle hay dos grandes cruces arquitectónicas, no sólo una. Existe la imponente y majestuosa cruz vertical, que es la que, en último término, a los paladines de la Antiespaña les gustaría derribar. Sin embargo, hay otra cruz, que es incluso más importante que ésta, a saber, la gran cruz horizontal. ¿Cuál es esta cruz? No es otra que la planta de la propia Basílica.

Esta cruz de la planta basilical es la que quieren destruir primero; no físicamente, pero sí simbólicamente, esto es, "resignificando" o profanando una buena parte de la misma, tanto de la nave central, donde hay capillas laterales, por cierto, como del crucero, sin olvidar la magnífica cúpula que corona arquitectónicamente la obra interior. Dios no lo quiera, pero parece que la perversa intención del Gobierno sería pintar de blanco toda la cúpula, lo cual supondría un atentado iconoclasta contra la fe y otro contra la verdadera estética que deriva ontológicamente del pulchrum divino.

En fin, considero que, para salvar la cruz vertical y externa, la Iglesia no debería permitir ahora que el Gobierno "resignificase" la cruz horizontal e interna, convirtiendo una buena parte de la misma en una especie de "museo ideológico", el cual sólo serviría para enervar, aún más, los ánimos de los católicos y patriotas que vemos, en este fenómeno distópico, un ultraje de proporciones bíblicas, además de un insulto a la inteligencia.

A la porquería que quiere hacerse en el Valle de los Caídos, el Gobierno la llama "resignificación", cuando, realmente, supondrá una profanación. Ciertamente, la primera corrupción es la del lenguaje. Sin embargo, lo más llamativo es que la jerarquía eclesiástica haya aceptado este despropósito.

Este diplomatismo, posibilismo y malminorismo del clero hodierno recuerdan a los existentes durante la Segunda República. Hoy, como entonces, se transige gradualmente con lo objetivamente intolerable; mañana los católicos españoles padeceremos, todavía más, sus nefastas consecuencias en todo el país, aunque seguramente ya será demasiado tarde.

Por esta razón, considero que los señores mitrados deberían saber interpretar la creciente desafección hacia ellos, por parte de muchos católicos y patriotas. Cada vez son más las voces que hablan de una supuesta "traición" por parte de la Iglesia. Pienso que esto es más preocupante de lo que, prima facie, parece.

En fin, no sé hasta qué punto los obispos saben leer "los signos de los tiempos", pero lo que es seguro es que el Gobierno nunca estará saciado, porque éste, como todos los déspotas miserables, siempre se muestra flojo con los fuertes; y fuerte, con los flojos.

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