Hoy recordamos la entrada de Jesús en Jerusalén, recibido con palmas y esperanza. Un gesto de alegría que es también el preludio del sacrificio más grande. Este día nos invita a detenernos, a mirar hacia adentro, y a acompañarlo con el corazón en la mano.
Las palmas que alzamos no son solo ramas, sino símbolos de fe, de entrega, de amor sin condiciones. En medio del ruido del mundo, este domingo nos llama a la quietud, a la ternura, al compromiso sincero de caminar junto a Él, incluso cuando el camino se vuelva cuesta arriba.
Que este Domingo de Ramos nos recuerde que la verdadera victoria nace del amor, del perdón y de la humildad. Y que sepamos recibirlo no solo en una celebración, sino en lo cotidiano, en lo que somos, en lo que damos.