El precio de la independencia fue la pizza. Una pizza que, además, retuerce los principios de la verdadera italiana, hechura de un sistema que convierte cualquier expresión original, propia, en un producto para la venta, deformándolo y corrompiéndolo, como todo lo que toca su "cultura".
Todavía recuerdo la sensación de shock, tristeza y decepción al ver las imágenes por la TV de las inmensas colas de gente en Moscú para entrar en McDonald´s, el fin claro de un mundo al que ya una década estaban destruyendo desde dentro. Y hoy, quienes crecieron en ese momento, a quienes nutrieron desde dentro los enemigos de la patria, con espanto miran que se intente reconstruir un país digno y soberano. Una generación para la que la pobreza era la educación y la salud gratis, y que mira con admiración al otro mundo, corrompido y sin valores; una generación que se comió junto a esa pizza grasosa y sin sabor, el cuento de la libertad y la democracia (envasadas en cajas de hamburguesas y coca-cola).