El Maracucho, el Comandante y la Utopía Oxidada
Juancho, un maracucho de pura cepa, con más sal que un pez y más chistes que un comediante de cuchitril, decidió que era hora de poner orden en su cabeza.
La vida en la capital lo había dejado hecho un manojo de nervios, y el sueño de una utopía comunal se le había oxidado como un viejo carro.
Así que, con su inseparable sombrero de palma y una sonrisa que escondía más preocupaciones que un político en campaña, se presentó en el consultorio del "Comandante Samurái", un psiquiatra de renombre que parecía sacado de una película de kung fu.
—Comandante —empezó Juancho, acomodándose en el sillón—, tengo una duda que me carcome por dentro.
¿Qué culpa tiene la puerta si el candado está cerrado?
Quiero decir, yo sueño con una comunidad donde todos seamos iguales, pero "el camino es duro pero es el camino"...
El Comandante, con una mirada penetrante que parecía leerle el alma, asintió con la cabeza.
—Juancho, mi amigo —dijo, tomando un sorbo de Cocuy—, la vida es como un autobus lleno de gente. Unos quieren ir al frente, otros se quedan atrás, y algunos simplemente se bajan en la parada equivocada.
Tú, mi estimado, has sido testigo de muchas paradas equivocadas.
Y así, Juancho se lanzó a narrar sus peripecias: las políticas fascistas de los 80, los niños perdidos en el mundo de las drogas, los retenes de menores donde los encerraban como animales...
—Y los flores de Catia, Comandante —añadió, con un dejo de nostalgia—, ¡qué tiempos aquellos! El pueblo unido... ¡ja! Ahora todos estamos más perdidos que un perro sin collar.
El Comandante escuchó con atención, y cuando Juancho terminó, se puso de pie y se acercó a la ventana.
—Lamentablemente, Juancho —dijo, mirando la montaña—, desde que se inventó la ciencia psiquiatra se han descubierto infinidades de enfermedades, pero no hay cura para ello.
Tú, mi amigo, tienes trastornos psiquiátricos avanzados y la muerte asegurada.
Juancho abrió los ojos como par de ñemas fritas.
—¿Cómo que la muerte asegurada, Comandante?
—Así es, Juancho. La vida misma es una enfermedad terminal. Pero no te preocupes, todos nos morimos al final.
Y así, Juancho salió del consultorio con más preguntas que respuestas.
¿Estaba loco?
¿El Comandante era un chamán?
Lo cierto es que Juancho nunca volvió a ser el mismo. A partir de esa consulta, empezó a ver el mundo con otros ojos. Y aunque el sueño de la utopía seguía siendo una quimera, al menos ahora tenía una nueva perspectiva: la vida es una obra, y él era el protagonista de la más grande de todas.
Konuko
Colectivo Resistencia y Rebelión.
Frente Nacional de Colectivos Revolucionarios Sergio Rodríguez
💛💙❤️