Había una vez un lobo solitario llamado Aureliano, que vivía en lo profundo de un bosque encantado. Desde que era un cachorro, había sentido una atracción especial hacia la luna. Cada noche, cuando la luna llena iluminaba el cielo, Aureliano se sentaba en la cima de una colina y aullaba con todo su corazón, como si estuviera tratando de comunicarle sus sentimientos.
La luna, con su luz plateada y su belleza etérea, parecía responderle con destellos brillantes. Aureliano creía que la luna lo escuchaba y que, de alguna manera, compartía su amor por él. Sin embargo, el lobo sabía que nunca podría estar verdaderamente con ella; era solo un simple lobo y la luna era un cuerpo celeste inalcanzable.
Un día, mientras exploraba el bosque, Aureliano encontró a una joven llamada Selene. Ella tenía el cabello plateado y los ojos brillantes como estrellas. Selene también sentía una conexión especial con la luna y pasaba horas observándola desde su ventana. Los dos se hicieron amigos rápidamente, compartiendo historias sobre sus sueños y anhelos.
Con el tiempo, Aureliano se dio cuenta de que su amor por la luna no era algo que pudiera reemplazar su creciente afecto por Selene. La joven comprendía su conexión con la luna y lo animaba a seguir aullando cada noche. Pero también le mostró que había belleza en el amor terrenal.
Una noche mágica, mientras los dos estaban en la colina bajo la luz de la luna llena, Aureliano decidió confesarle a Selene sus sentimientos. Con el corazón latiendo fuerte, le dijo: "Selene, mi amor por la luna es eterno, pero mi corazón ha encontrado un hogar en ti". La joven sonrió y tomó su mano, sintiendo cómo sus almas se entrelazaban.
Desde ese día en adelante, Aureliano continuó aullando a la luna cada noche, pero ahora lo hacía acompañado de Selene. Juntos celebraban el amor que tenían: un amor que conectaba lo celestial con lo terrenal. La luna los miraba desde arriba con benevolencia, sabiendo que había hecho posible este hermoso vínculo entre dos seres tan diferentes.
Y así, el lobo y la luna se convirtieron en eternos amigos, mientras Selene y Aureliano vivieron felices en el bosque encantado, donde los sueños se entrelazaban con la realidad bajo el manto plateado de la luna.