
EL ESCUDO CATÓLICO
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«Me he cansado ya de ser moderno, ahora quiero ser eterno»
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16.04.202506:06
EL APOSTOLADO MÁS EFICAZ Y MÁS FÁCIL ES EL DE LOS IGUALES.
"Es curioso ver cómo el demonio nos engaña cuando queremos hacer bien a los demás.
Lo primero que nos presenta a la fantasía, es el bien que haríamos en Alaska o en la Patagonia. Una obra heroica.
Es decir, con unas personas a las cuales, por la distancia a que se encuentran de nosotros, nunca vamos a poder influir sobre ellas.
De modo que sobre los parientes, los amigos, los condiscípulos, los de la misma profesión, con quienes alternamos todos los días, con ésos no nos invita a trabajar. Vemos a veces que lo necesitan mucho, que no son cumplidores de lo más estrictamente necesario para salvarse, y nos parece que no es apostolado procurar su bien discretamente.
Es decir, que con los que están muy apartados de nosotros no nos es posible hacer nada. Y con los que viven con nosotros, nos parece que no debemos procurar mejorarlos.
De ese modo, bonitamente nos quedamos sin hacer nada, que es lo que el demonio quiere y queremos nosotros también.
Y aunque con los que viven muy lejos de nuestro contacto pudiéramos ejercitar nuestro apostolado, ¿es justo que hagamos por que sean buenos los esquimales y dejemos que se pierdan nuestros padres, o amigos, o compañeros de colegio?
¿Es posible que un religioso joven ejercite el apostolado con un connovicio suyo o estudiante?
Con discreción, puede y debe, si ve que lo necesita. ¿Cómo? Con la oración, la conversación, el ejemplo. No lo hacemos. ¿Por qué?
Por no caer en la cuenta.
Por cortedad de genio.
Por creer que no es cosa que nos incumbe.
Por falta de formación y orientación."
"Recuerdos y criterios de un viejo" - Padre Ángel Ayala, fundador de la ACDP (Asociación católica de propagandistas)
#ARTÍCULOSVARIOS
"Es curioso ver cómo el demonio nos engaña cuando queremos hacer bien a los demás.
Lo primero que nos presenta a la fantasía, es el bien que haríamos en Alaska o en la Patagonia. Una obra heroica.
Es decir, con unas personas a las cuales, por la distancia a que se encuentran de nosotros, nunca vamos a poder influir sobre ellas.
De modo que sobre los parientes, los amigos, los condiscípulos, los de la misma profesión, con quienes alternamos todos los días, con ésos no nos invita a trabajar. Vemos a veces que lo necesitan mucho, que no son cumplidores de lo más estrictamente necesario para salvarse, y nos parece que no es apostolado procurar su bien discretamente.
Es decir, que con los que están muy apartados de nosotros no nos es posible hacer nada. Y con los que viven con nosotros, nos parece que no debemos procurar mejorarlos.
De ese modo, bonitamente nos quedamos sin hacer nada, que es lo que el demonio quiere y queremos nosotros también.
Y aunque con los que viven muy lejos de nuestro contacto pudiéramos ejercitar nuestro apostolado, ¿es justo que hagamos por que sean buenos los esquimales y dejemos que se pierdan nuestros padres, o amigos, o compañeros de colegio?
¿Es posible que un religioso joven ejercite el apostolado con un connovicio suyo o estudiante?
Con discreción, puede y debe, si ve que lo necesita. ¿Cómo? Con la oración, la conversación, el ejemplo. No lo hacemos. ¿Por qué?
Por no caer en la cuenta.
Por cortedad de genio.
Por creer que no es cosa que nos incumbe.
Por falta de formación y orientación."
"Recuerdos y criterios de un viejo" - Padre Ángel Ayala, fundador de la ACDP (Asociación católica de propagandistas)
#ARTÍCULOSVARIOS
29.03.202507:00
#IMÁGENES #CASTIDADYMATRIMONIO


28.03.202507:06
EL PERDÓN
"(...) La siguiente historia, fue contada por un misionero en China; transcurrió en un pueblo chino después de una sangrienta persecución contra los cristianos. “El día de la masacre, cuenta el misionero, pereció una familia entera de ocho personas, salvo los dos ancianos que estaban ausentes. Tras la tormenta de sangre, cuando los sobrevivientes consiguieron llegar a la choza, ésta se encontraba vacía. El anciano abuelo creyó volverse loco. Corría por las calles del pueblo, con ojos aterrados, buscando a sus hijos y a sus nietos. Tan grande fue su conmoción que conservó un temblor nervioso hasta la muerte.
El hecho de que el asesino de su familia fuera uno de sus antiguos alumnos, especialmente estimado con respecto a los demás, y a quien había hecho muchos favores, lo hacía estar fuera de sí, pareciéndole el crimen aún más horrendo. Al enterarse del regreso de los cristianos, el criminal había huido, considerando que el primero en encontrarlo no podía hacer otra cosa sino matarlo.
Un día, cinco meses después de aquello y encontrándome en el pueblo, el catequista, guía de los cristianos, acudió a mí:
—Padre, tengo una mala noticia: el asesino pide que se le permita entrar en el pueblo, y yo no puedo negárselo. No tenemos derecho a impedírselo y, además, no podemos vengarnos. O somos cristianos o no lo somos. Avisaré a las familias cristianas y estoy seguro que todo el mundo le perdonará de todo corazón. Pero está ese pobre anciano Wang ¿Cómo actuar para que pueda sobrellevar el golpe?
— Pero ¿qué puedo hacer yo?...
—Tendría que persuadirle para que perdonara, Padre.
— Menuda tarea me espera, amigo mío; en fin, se intentará.
Así que llamé al bueno de Wang y le dije:
—Amigo mío, nobleza obliga. Tienes santos en tu descendencia, y hay que ser digno de ellos.
—¿Qué quiere decir, Padre?
—Si el asesino de tu familia regresara al pueblo y te encontraras con él ¿qué harías?
—Me abalanzaría sobre él y le saltaría al cuello.
Daba pena verlo. Lo agarré por las manos y le dije:
—Ya sabes lo que decimos siempre, que o somos cristianos o no lo somos... No le saltarías al cuello...
Le vino como un sollozo, vaciló un momento, se secó dos lágrimas y dijo:
—De acuerdo, Padre, que vuelva. Y como yo lo miraba sin decir palabra, añadió: —Sí, sí, dígale que vuelva: así verá si soy cristiano.
Al atardecer, los cristianos estaban reunidos a mi alrededor, como todas las tardes, en el patio del catequista. Platicábamos juntos bebiendo té y fumando enormes pipas. Era el mejor momento del día. Pero había algo pesado en el ambiente y no teníamos valor para hablar de ello. El pobre Wang estaba a mi lado, tembloroso y pálido. Los demás formaban un círculo ante mí, conmovidos. El asesino iba a venir y todos lo sabían.
De súbito, el círculo se abre. Al fondo, bajo el resplandor de los faroles que tiemblan en los árboles del patio, veo avanzar al asesino, con la cabeza baja y paso lento, como si llevara el peso de las maldiciones de todos aquellos hombres. Se presenta ante mí y cae de rodillas, en medio de un silencio espantoso. Yo tenía un nudo en la garganta, y apenas pude decirle lo siguiente:
—Amigo, ya ves la diferencia. Si hubiéramos mutilado a tu familia y volvieras aquí como vencedor ¿qué harías?
Oímos primero un gemido y luego se produjo un silencio. El viejo Wang se había levantado: se inclinó temblando hacia el verdugo de los suyos, lo levantó hasta su altura y lo abrazó. Dos meses más tarde, el asesino acudía a mí: —Padre, antes no entendía su religión, pero ahora lo veo claro. Me han perdonado de verdad. Soy un miserable, pero ¿yo también podría hacerme cristiano?
No hace falta que os diga cuál fue mi respuesta. Entonces, me pidió:
—Padre, quisiera pedir algo imposible. Quisiera que el viejo Wang fuera mi padrino.
—Amigo mío, prefiero que se lo pidas tú mismo.
Algún tiempo después, Wang, ya sin descendencia, aceptaba como hijo espiritual al asesino de su familia. Es cierto que no se puede perdonar sin pagar el precio del sufrimiento; pero se puede"
"Terapia del perdón" - Padre Miguel Ángel Fuentes
#PERDÓN
"(...) La siguiente historia, fue contada por un misionero en China; transcurrió en un pueblo chino después de una sangrienta persecución contra los cristianos. “El día de la masacre, cuenta el misionero, pereció una familia entera de ocho personas, salvo los dos ancianos que estaban ausentes. Tras la tormenta de sangre, cuando los sobrevivientes consiguieron llegar a la choza, ésta se encontraba vacía. El anciano abuelo creyó volverse loco. Corría por las calles del pueblo, con ojos aterrados, buscando a sus hijos y a sus nietos. Tan grande fue su conmoción que conservó un temblor nervioso hasta la muerte.
El hecho de que el asesino de su familia fuera uno de sus antiguos alumnos, especialmente estimado con respecto a los demás, y a quien había hecho muchos favores, lo hacía estar fuera de sí, pareciéndole el crimen aún más horrendo. Al enterarse del regreso de los cristianos, el criminal había huido, considerando que el primero en encontrarlo no podía hacer otra cosa sino matarlo.
Un día, cinco meses después de aquello y encontrándome en el pueblo, el catequista, guía de los cristianos, acudió a mí:
—Padre, tengo una mala noticia: el asesino pide que se le permita entrar en el pueblo, y yo no puedo negárselo. No tenemos derecho a impedírselo y, además, no podemos vengarnos. O somos cristianos o no lo somos. Avisaré a las familias cristianas y estoy seguro que todo el mundo le perdonará de todo corazón. Pero está ese pobre anciano Wang ¿Cómo actuar para que pueda sobrellevar el golpe?
— Pero ¿qué puedo hacer yo?...
—Tendría que persuadirle para que perdonara, Padre.
— Menuda tarea me espera, amigo mío; en fin, se intentará.
Así que llamé al bueno de Wang y le dije:
—Amigo mío, nobleza obliga. Tienes santos en tu descendencia, y hay que ser digno de ellos.
—¿Qué quiere decir, Padre?
—Si el asesino de tu familia regresara al pueblo y te encontraras con él ¿qué harías?
—Me abalanzaría sobre él y le saltaría al cuello.
Daba pena verlo. Lo agarré por las manos y le dije:
—Ya sabes lo que decimos siempre, que o somos cristianos o no lo somos... No le saltarías al cuello...
Le vino como un sollozo, vaciló un momento, se secó dos lágrimas y dijo:
—De acuerdo, Padre, que vuelva. Y como yo lo miraba sin decir palabra, añadió: —Sí, sí, dígale que vuelva: así verá si soy cristiano.
Al atardecer, los cristianos estaban reunidos a mi alrededor, como todas las tardes, en el patio del catequista. Platicábamos juntos bebiendo té y fumando enormes pipas. Era el mejor momento del día. Pero había algo pesado en el ambiente y no teníamos valor para hablar de ello. El pobre Wang estaba a mi lado, tembloroso y pálido. Los demás formaban un círculo ante mí, conmovidos. El asesino iba a venir y todos lo sabían.
De súbito, el círculo se abre. Al fondo, bajo el resplandor de los faroles que tiemblan en los árboles del patio, veo avanzar al asesino, con la cabeza baja y paso lento, como si llevara el peso de las maldiciones de todos aquellos hombres. Se presenta ante mí y cae de rodillas, en medio de un silencio espantoso. Yo tenía un nudo en la garganta, y apenas pude decirle lo siguiente:
—Amigo, ya ves la diferencia. Si hubiéramos mutilado a tu familia y volvieras aquí como vencedor ¿qué harías?
Oímos primero un gemido y luego se produjo un silencio. El viejo Wang se había levantado: se inclinó temblando hacia el verdugo de los suyos, lo levantó hasta su altura y lo abrazó. Dos meses más tarde, el asesino acudía a mí: —Padre, antes no entendía su religión, pero ahora lo veo claro. Me han perdonado de verdad. Soy un miserable, pero ¿yo también podría hacerme cristiano?
No hace falta que os diga cuál fue mi respuesta. Entonces, me pidió:
—Padre, quisiera pedir algo imposible. Quisiera que el viejo Wang fuera mi padrino.
—Amigo mío, prefiero que se lo pidas tú mismo.
Algún tiempo después, Wang, ya sin descendencia, aceptaba como hijo espiritual al asesino de su familia. Es cierto que no se puede perdonar sin pagar el precio del sufrimiento; pero se puede"
"Terapia del perdón" - Padre Miguel Ángel Fuentes
#PERDÓN


25.01.202507:00
24.01.202507:06
SOBRE LOS ESCRÚPULOSOS
“Uno de los peores tormentos que existen (...) es el de los escrúpulos, que consiste en creer que es pecado lo que no lo es.
[San Francisco de Sales] solía decir que para muchas personas esa enfermedad es debida a que no aceptan la opinión y el consejo de los que saben, sino que se quedan en su propio parecer. No aceptan el consejo de los que sí tienen verdadera sabiduría espiritual y se basan únicamente en su propia sabiduría que es muy poca e insuficiente.
Y decía que al escrupuloso le sucede como al enfermo que no acepta los remedios que el médico le aconseja y se queda igualmente enfermo. Aquí se cumple lo que el Espíritu Santo le dijo al rey Saúl cuando en vez de hacer caso a lo que aconsejaba el Profeta Samuel, se guio únicamente por sus propios caprichos y criterios: "La desobediencia en lo sagrado es como una idolatría" (1Rey. 15,23) o lo que enseña el Libro de los Proverbios: "Quien no acepta los consejos y las correcciones de los que saben, se embrutece".
"Que ya sus pecados le han quedado perdonados todos con la absolución", le dice el confesor. Y el escrupuloso sigue creyendo que no, que no le han quedado perdonados y se sigue atormentando a sí mismo con sus escrúpulos y sus temores, imaginándose que el confesor no lo entiende bien o que solamente lo que trata es de consolarlo y nada más.
Que aquello que le sucedió siendo de muy corta edad no era pecado grave, porque en esta edad no tenía todavía la conciencia de que aquello era muy malo... le dice el director espiritual... Y sin embargo la persona escrupulosa sigue confesándose de eso y entristeciéndose como si hubiera sido un pecado gravísimo. Se atormentan inútilmente, por no aceptar el parecer de los que saben, y se imaginan que no se han sabido explicar bien y que por eso les dicen que no fue tan grave.
Lamentable enfermedad. Parecida a la de los celos, que es una típica enfermedad nerviosa, a la cual cualquier detalle le sirve de tormento y casi ningún consejo le sirve de remedio. Dios nos libre a todos y siempre, de tan molesta enfermedad nerviosa, a la cual yo la suelo llamar "fiebre nerviosa" o "cerrazón de las arterias que llevan sangre al cerebro". Es un atormentarse a sí mismo sin ningún provecho y sí con mucho daño. Y lo mejor para curarse es aceptar fielmente los consejos y opiniones de un sabio director espiritual, aunque uno personalmente opine lo contrario.”
“El espíritu de San Francisco de Sales” - Monseñor Pedro Camus
#PERFECCIÓNESPIRITUAL
“Uno de los peores tormentos que existen (...) es el de los escrúpulos, que consiste en creer que es pecado lo que no lo es.
[San Francisco de Sales] solía decir que para muchas personas esa enfermedad es debida a que no aceptan la opinión y el consejo de los que saben, sino que se quedan en su propio parecer. No aceptan el consejo de los que sí tienen verdadera sabiduría espiritual y se basan únicamente en su propia sabiduría que es muy poca e insuficiente.
Y decía que al escrupuloso le sucede como al enfermo que no acepta los remedios que el médico le aconseja y se queda igualmente enfermo. Aquí se cumple lo que el Espíritu Santo le dijo al rey Saúl cuando en vez de hacer caso a lo que aconsejaba el Profeta Samuel, se guio únicamente por sus propios caprichos y criterios: "La desobediencia en lo sagrado es como una idolatría" (1Rey. 15,23) o lo que enseña el Libro de los Proverbios: "Quien no acepta los consejos y las correcciones de los que saben, se embrutece".
"Que ya sus pecados le han quedado perdonados todos con la absolución", le dice el confesor. Y el escrupuloso sigue creyendo que no, que no le han quedado perdonados y se sigue atormentando a sí mismo con sus escrúpulos y sus temores, imaginándose que el confesor no lo entiende bien o que solamente lo que trata es de consolarlo y nada más.
Que aquello que le sucedió siendo de muy corta edad no era pecado grave, porque en esta edad no tenía todavía la conciencia de que aquello era muy malo... le dice el director espiritual... Y sin embargo la persona escrupulosa sigue confesándose de eso y entristeciéndose como si hubiera sido un pecado gravísimo. Se atormentan inútilmente, por no aceptar el parecer de los que saben, y se imaginan que no se han sabido explicar bien y que por eso les dicen que no fue tan grave.
Lamentable enfermedad. Parecida a la de los celos, que es una típica enfermedad nerviosa, a la cual cualquier detalle le sirve de tormento y casi ningún consejo le sirve de remedio. Dios nos libre a todos y siempre, de tan molesta enfermedad nerviosa, a la cual yo la suelo llamar "fiebre nerviosa" o "cerrazón de las arterias que llevan sangre al cerebro". Es un atormentarse a sí mismo sin ningún provecho y sí con mucho daño. Y lo mejor para curarse es aceptar fielmente los consejos y opiniones de un sabio director espiritual, aunque uno personalmente opine lo contrario.”
“El espíritu de San Francisco de Sales” - Monseñor Pedro Camus
#PERFECCIÓNESPIRITUAL
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23.01.202507:00
22.01.202507:06
CASTIDAD Y MATRIMONIO
“Una mujer puede redimir a su marido y un marido puede redimir a su mujer. Existe una comunicación espiritual que no proporciona mucha satisfacción romántica, pero sus beneficios son eternos. Después de tantas infidelidades y excesos, más de un esposo y más de una esposa se salvarán el día del juicio porque el cónyuge fiel no dejó nunca de derramar oraciones por el otro.
Te voy a contar una historia que demuestra cómo los méritos de uno pasan a ser méritos del otro. En torno al cambio de siglo una joven relativamente buena católica se casó en París con un médico no creyente llamado LeSueur que le prometió respetar su fe. No obstante, nada más casarse quiso romper su promesa. Además de ejercer la medicina, era director de un periódico parisino anticlerical y ateo. Su esposa reaccionó profundizando en la fe. En la misma casa ella reunió una biblioteca de apologética y él una biblioteca atea. En mayo de 1905, en su lecho de muerte, la mujer le dijo a su marido:
—Félix, cuando me muera, te convertirás y serás dominico.
—Tú sabes lo que siento, Elizabeth —repuso él—. He jurado odiar a la Iglesia y a Dios: seguiré odiando toda mi vida y moriré odiando.
Ella repitió lo que había dicho y falleció. Hurgando entre los papeles de su mujer, el marido descubrió sus últimas voluntades, redactadas por ella en 1905, en las que pedía a Dios que le enviara sufrimientos suficientes para comprar el alma de su esposo.
Y añadía: «El día de mi muerte habré pagado el precio. Te habré comprado y habré pagado por ello. El mayor amor que puede demostrar una mujer es entregar la vida por su esposo».
A pesar de que amaba a su esposa, él se tomó aquello como el delirio de una mujer devota. Para olvidar su pena hizo un viaje al sur de Francia y se plantó delante de una iglesia que su mujer había visitado durante la luna de miel. Fue como si ella le hablara y le dijera: «Ve a Lourdes». El hombre fue a Lourdes sin perder su condición de incrédulo. Él mismo había escrito un libro sobre Lourdes para demostrar que los milagros eran una estafa y pura superstición. En la gruta de Lourdes recibió el don de una fe tan plena y absoluta que ni siquiera tuvo que contrastar ideas: «Está bien», se dijo. «Ahora que creo, ¿qué respuesta puedo encontrar a este o a este otro problema?». Descubrió los errores y el sinsentido de todo aquello en lo que había creído hasta entonces. La conversión del doctor LeSueur suscitó casi tanto interés como la noticia del bombardeo de Rheims.
Pasó el tiempo. En 1924 estuve en un monasterio dominico belga haciendo un retiro dirigido por un sacerdote católico dominico, el padre LeSueur, quien me contó esta historia. He de decir que no es habitual hacer un retiro impartido por un sacerdote que de cuando en cuando comenta: «Como decía mi querida esposa Elizabeth…»”
“El mundo, el alma y las cosas” – Venerable Fulton Sheen
#CASTIDADYMATRIMONIO #CONVERSOS
“Una mujer puede redimir a su marido y un marido puede redimir a su mujer. Existe una comunicación espiritual que no proporciona mucha satisfacción romántica, pero sus beneficios son eternos. Después de tantas infidelidades y excesos, más de un esposo y más de una esposa se salvarán el día del juicio porque el cónyuge fiel no dejó nunca de derramar oraciones por el otro.
Te voy a contar una historia que demuestra cómo los méritos de uno pasan a ser méritos del otro. En torno al cambio de siglo una joven relativamente buena católica se casó en París con un médico no creyente llamado LeSueur que le prometió respetar su fe. No obstante, nada más casarse quiso romper su promesa. Además de ejercer la medicina, era director de un periódico parisino anticlerical y ateo. Su esposa reaccionó profundizando en la fe. En la misma casa ella reunió una biblioteca de apologética y él una biblioteca atea. En mayo de 1905, en su lecho de muerte, la mujer le dijo a su marido:
—Félix, cuando me muera, te convertirás y serás dominico.
—Tú sabes lo que siento, Elizabeth —repuso él—. He jurado odiar a la Iglesia y a Dios: seguiré odiando toda mi vida y moriré odiando.
Ella repitió lo que había dicho y falleció. Hurgando entre los papeles de su mujer, el marido descubrió sus últimas voluntades, redactadas por ella en 1905, en las que pedía a Dios que le enviara sufrimientos suficientes para comprar el alma de su esposo.
Y añadía: «El día de mi muerte habré pagado el precio. Te habré comprado y habré pagado por ello. El mayor amor que puede demostrar una mujer es entregar la vida por su esposo».
A pesar de que amaba a su esposa, él se tomó aquello como el delirio de una mujer devota. Para olvidar su pena hizo un viaje al sur de Francia y se plantó delante de una iglesia que su mujer había visitado durante la luna de miel. Fue como si ella le hablara y le dijera: «Ve a Lourdes». El hombre fue a Lourdes sin perder su condición de incrédulo. Él mismo había escrito un libro sobre Lourdes para demostrar que los milagros eran una estafa y pura superstición. En la gruta de Lourdes recibió el don de una fe tan plena y absoluta que ni siquiera tuvo que contrastar ideas: «Está bien», se dijo. «Ahora que creo, ¿qué respuesta puedo encontrar a este o a este otro problema?». Descubrió los errores y el sinsentido de todo aquello en lo que había creído hasta entonces. La conversión del doctor LeSueur suscitó casi tanto interés como la noticia del bombardeo de Rheims.
Pasó el tiempo. En 1924 estuve en un monasterio dominico belga haciendo un retiro dirigido por un sacerdote católico dominico, el padre LeSueur, quien me contó esta historia. He de decir que no es habitual hacer un retiro impartido por un sacerdote que de cuando en cuando comenta: «Como decía mi querida esposa Elizabeth…»”
“El mundo, el alma y las cosas” – Venerable Fulton Sheen
#CASTIDADYMATRIMONIO #CONVERSOS


21.01.202507:00
20.01.202507:04
PERFECCIÓN ESPIRITUAL
“La limosna consiste en compartir los bienes y dar de lo que sobra a los que tienen necesidad y de lo necesario a los que les falta lo necesario, de ahí que sea un antídoto eficaz contra el amor al dinero y el deseo de tener más, [devuelve] su auténtico valor a los bienes materiales (son bienes relativos y no absolutos), situando al ser humano no como propietario de [ellos] (cuyo único dueño es Dios), sino como administrador de unos bienes por los que nos pedirá cuenta pormenorizadamente y colocando al otro en el lugar que se merece, como prójimo y hermano, restableciendo de esta manera el orden querido por Dios.
La limosna, etimológicamente, no significa sólo la donación de un bien material al necesitado, sino que también tiene el sentido de «compasión», es decir, implica la participación afectiva y espiritual en la vida del prójimo. Por eso los Padres insisten en que la limosna no es solamente un acto o una serie de actos, sino una disposición interior de priorizar la necesidad del prójimo sobre los propios bienes materiales. Esta disposición interior es mucho más importante que el propio don y es lo que en última instancia decide su valor, al manifestar la buena voluntad e intención del donante (…) la limosna no es sola, ni principalmente, la ayuda aportada al pobre, sino que en la auténtica limosna se produce una transformación espiritual del que da, al quedar liberado de su apego al dinero.
Para que tenga valor espiritual, la limosna debe ser hecha además de manera desinteresada, sin esperar ningún provecho, especialmente la autosatisfacción, origen de la vanagloria que aparece unida en multitud de ocasiones a la limosna. El individuo que da debe hacerlo sin preocuparse ni de los bienes de los que se desprende ni de la persona a la que se los da, y «sin tristeza» (2Cor 9,7), es decir, con alegría, que llega a ser considerada por algún Padre como el criterio de discernimiento fundamental para la auténtica limosna.
La limosna muestra su función terapéutica sobre el propio sujeto que la practica al liberarlo de algunas de las ataduras que produce el amor al dinero y el deseo de tener más: las múltiples inquietudes que genera, el temor, la ansiedad y la angustia por mantener lo que se tiene, e incluso acrecentarlo, la envidia y rivalidad con los que tienen más, el odio que genera en los que no tienen... Así se cura nuestro estado patológico y recobramos la serenidad y tranquilidad de ánimo, lo que nos permite vivir más y mejor, ofreciéndonos de este modo la oportunidad de ocuparnos de otras cosas que merecen más la pena que los bienes materiales. De ahí la consideración, tan peculiar en los Padres, de los pobres como «médicos del alma».
La limosna nos libera también de la insensibilidad, una de las actitudes patológicas ligadas al deseo de tener más, y del menosprecio con que se mira a los otros, que se transforma en respeto e incluso cariño (…) y favorece la oración, que se convierte, por medio de la limosna, en más fructífera y eficaz.
(…) La limosna tendría la función de equilibrar las desigualdades existentes en un triple nivel: personal (nos hace vivir acorde con nuestras auténticas necesidades, y no con las que nos creamos), social (rehace el tejido comunitario roto por la injusticia) y teológico (es una muestra particular de amor hacia el necesitado)”
“Terapia de las enfermedades espirituales” – Padre Fernando Rivas Rebaque
#PERFECCIÓNESPIRITUAL
“La limosna consiste en compartir los bienes y dar de lo que sobra a los que tienen necesidad y de lo necesario a los que les falta lo necesario, de ahí que sea un antídoto eficaz contra el amor al dinero y el deseo de tener más, [devuelve] su auténtico valor a los bienes materiales (son bienes relativos y no absolutos), situando al ser humano no como propietario de [ellos] (cuyo único dueño es Dios), sino como administrador de unos bienes por los que nos pedirá cuenta pormenorizadamente y colocando al otro en el lugar que se merece, como prójimo y hermano, restableciendo de esta manera el orden querido por Dios.
La limosna, etimológicamente, no significa sólo la donación de un bien material al necesitado, sino que también tiene el sentido de «compasión», es decir, implica la participación afectiva y espiritual en la vida del prójimo. Por eso los Padres insisten en que la limosna no es solamente un acto o una serie de actos, sino una disposición interior de priorizar la necesidad del prójimo sobre los propios bienes materiales. Esta disposición interior es mucho más importante que el propio don y es lo que en última instancia decide su valor, al manifestar la buena voluntad e intención del donante (…) la limosna no es sola, ni principalmente, la ayuda aportada al pobre, sino que en la auténtica limosna se produce una transformación espiritual del que da, al quedar liberado de su apego al dinero.
Para que tenga valor espiritual, la limosna debe ser hecha además de manera desinteresada, sin esperar ningún provecho, especialmente la autosatisfacción, origen de la vanagloria que aparece unida en multitud de ocasiones a la limosna. El individuo que da debe hacerlo sin preocuparse ni de los bienes de los que se desprende ni de la persona a la que se los da, y «sin tristeza» (2Cor 9,7), es decir, con alegría, que llega a ser considerada por algún Padre como el criterio de discernimiento fundamental para la auténtica limosna.
La limosna muestra su función terapéutica sobre el propio sujeto que la practica al liberarlo de algunas de las ataduras que produce el amor al dinero y el deseo de tener más: las múltiples inquietudes que genera, el temor, la ansiedad y la angustia por mantener lo que se tiene, e incluso acrecentarlo, la envidia y rivalidad con los que tienen más, el odio que genera en los que no tienen... Así se cura nuestro estado patológico y recobramos la serenidad y tranquilidad de ánimo, lo que nos permite vivir más y mejor, ofreciéndonos de este modo la oportunidad de ocuparnos de otras cosas que merecen más la pena que los bienes materiales. De ahí la consideración, tan peculiar en los Padres, de los pobres como «médicos del alma».
La limosna nos libera también de la insensibilidad, una de las actitudes patológicas ligadas al deseo de tener más, y del menosprecio con que se mira a los otros, que se transforma en respeto e incluso cariño (…) y favorece la oración, que se convierte, por medio de la limosna, en más fructífera y eficaz.
(…) La limosna tendría la función de equilibrar las desigualdades existentes en un triple nivel: personal (nos hace vivir acorde con nuestras auténticas necesidades, y no con las que nos creamos), social (rehace el tejido comunitario roto por la injusticia) y teológico (es una muestra particular de amor hacia el necesitado)”
“Terapia de las enfermedades espirituales” – Padre Fernando Rivas Rebaque
#PERFECCIÓNESPIRITUAL
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18.01.202507:00
17.01.202507:06
LA VERDADERA PRÁCTICA DE LA HUMILDAD PARTE 2 DE 2
4º VIVIR LA HUMILDAD SIN PENSAR EN ELLA:
La humildad no debe ser consciente de sí misma, de lo contrario se evapora. Lewis expone magníficamente este peligro poniendo este consejo entre las directivas que un diablo escribe a uno de sus aprendices: “Tu paciente se ha hecho humilde: ¿le has llamado la atención sobre este hecho? Todas las virtudes son menos formidables para nosotros una vez que el hombre es consciente de que las tiene, pero esto vale particularmente para la humildad. Sorpréndelo en el momento en que sea realmente pobre de espíritu, y métele de contrabando en la cabeza la gratificadora reflexión: ‘¡Caramba, estoy siendo humilde!’, y casi inmediatamente el orgullo —orgullo de su humildad— aparecerá. Si se percata de este peligro y trata de ahogar esta nueva forma de orgullo, hazle sentirse orgulloso de su intento, y así tantas veces como te plazca. Pero no intentes esto durante demasiado tiempo, no vayas a despertar su sentido del humor y de las proporciones, en cuyo caso simplemente se reirá de ti y se irá a dormir”. Pemán ha escrito: “virtud que se saborea,/ apenas sí es ya virtud./ La belleza de las rosas/ es que siendo tan hermosas/ no saben que lo son”.
5º PRACTICARLA EN PALABRAS; HECHOS Y GESTOS:
Transcribo este valioso párrafo de la doctrina del beato Allamano (…) “Las palabras. No hablemos alabándonos; si se me escapa una palabra de alabanza trataré de hacer una pequeña penitencia. Por otra parte, no hablemos sino raramente de lo que hemos hecho o de lo que éramos (…) Los hechos. No hagamos nada para que nos vean, nada por soberbia. Sobre todo, aceptemos con gusto las humillaciones que el Señor nos envíe. (…) Los gestos. (…) tengamos los ojos discretos y que todo nuestro exterior aparezca como de persona humilde. Hay quienes en el gesto o la voz tratan siempre de que los vean, de prevalecer, de distinguirse (…)
6º ACEPTAR LAS HUMILLACIONES... ¡Y BUSCARLAS!:
Este es, en el fondo, el medio más difícil y en el que se separan las aguas de la verdadera y la aparente humildad. Algunos, dice San Gregorio, andan proclamando que son pecadores y dignos de desprecio, pero ellos mismos no lo creen (…) Cuenta Casiano que cierto monje que se declaraba gran pecador e indigno de estar en la tierra, fue corregido por su abad porque andaba ociosamente de celda en celda, en vez de estar retirado en la suya, según la regla. Al oírlo el monje se turbó y empezó a excusarse, por lo que el abad tuvo que decirle: “¡Cómo, hijo!, ¿hace poco decías que merecías toda clase de oprobios y ahora te irritas por una palabra de caridad que te acabo de decir?” (…) como dice San Bernardo, “buscar la alabanza de la humildad no es humildad sino destrucción de la humildad”.
Hermosa es la historia de Macario, que nos transmiten los Padres del Desierto. El demonio, después que el santo monje pasara una noche en oración quiso herirlo, pero habiendo levantado un hacha contra él no pudo ejecutar el golpe; y dando voces decía: “Macario, grandes son tus fuerzas. Mucho puedes contra mí, aunque lo que tú haces también yo lo hago: tú ayunas algunos días, yo, en cambio, siempre, pues nunca pruebo manjar; tú a menudo velas de noche, y yo no duermo nunca. Confieso que sólo en una cosa me aventajas”. Y apremiado que dijese en qué, contestó: “Me vences sólo en la humildad”.
“Naturaleza y Educación de la Humildad” – Padre Miguel Ángel Fuentes
#PERFECCIÓNESPIRITUAL
4º VIVIR LA HUMILDAD SIN PENSAR EN ELLA:
La humildad no debe ser consciente de sí misma, de lo contrario se evapora. Lewis expone magníficamente este peligro poniendo este consejo entre las directivas que un diablo escribe a uno de sus aprendices: “Tu paciente se ha hecho humilde: ¿le has llamado la atención sobre este hecho? Todas las virtudes son menos formidables para nosotros una vez que el hombre es consciente de que las tiene, pero esto vale particularmente para la humildad. Sorpréndelo en el momento en que sea realmente pobre de espíritu, y métele de contrabando en la cabeza la gratificadora reflexión: ‘¡Caramba, estoy siendo humilde!’, y casi inmediatamente el orgullo —orgullo de su humildad— aparecerá. Si se percata de este peligro y trata de ahogar esta nueva forma de orgullo, hazle sentirse orgulloso de su intento, y así tantas veces como te plazca. Pero no intentes esto durante demasiado tiempo, no vayas a despertar su sentido del humor y de las proporciones, en cuyo caso simplemente se reirá de ti y se irá a dormir”. Pemán ha escrito: “virtud que se saborea,/ apenas sí es ya virtud./ La belleza de las rosas/ es que siendo tan hermosas/ no saben que lo son”.
5º PRACTICARLA EN PALABRAS; HECHOS Y GESTOS:
Transcribo este valioso párrafo de la doctrina del beato Allamano (…) “Las palabras. No hablemos alabándonos; si se me escapa una palabra de alabanza trataré de hacer una pequeña penitencia. Por otra parte, no hablemos sino raramente de lo que hemos hecho o de lo que éramos (…) Los hechos. No hagamos nada para que nos vean, nada por soberbia. Sobre todo, aceptemos con gusto las humillaciones que el Señor nos envíe. (…) Los gestos. (…) tengamos los ojos discretos y que todo nuestro exterior aparezca como de persona humilde. Hay quienes en el gesto o la voz tratan siempre de que los vean, de prevalecer, de distinguirse (…)
6º ACEPTAR LAS HUMILLACIONES... ¡Y BUSCARLAS!:
Este es, en el fondo, el medio más difícil y en el que se separan las aguas de la verdadera y la aparente humildad. Algunos, dice San Gregorio, andan proclamando que son pecadores y dignos de desprecio, pero ellos mismos no lo creen (…) Cuenta Casiano que cierto monje que se declaraba gran pecador e indigno de estar en la tierra, fue corregido por su abad porque andaba ociosamente de celda en celda, en vez de estar retirado en la suya, según la regla. Al oírlo el monje se turbó y empezó a excusarse, por lo que el abad tuvo que decirle: “¡Cómo, hijo!, ¿hace poco decías que merecías toda clase de oprobios y ahora te irritas por una palabra de caridad que te acabo de decir?” (…) como dice San Bernardo, “buscar la alabanza de la humildad no es humildad sino destrucción de la humildad”.
Hermosa es la historia de Macario, que nos transmiten los Padres del Desierto. El demonio, después que el santo monje pasara una noche en oración quiso herirlo, pero habiendo levantado un hacha contra él no pudo ejecutar el golpe; y dando voces decía: “Macario, grandes son tus fuerzas. Mucho puedes contra mí, aunque lo que tú haces también yo lo hago: tú ayunas algunos días, yo, en cambio, siempre, pues nunca pruebo manjar; tú a menudo velas de noche, y yo no duermo nunca. Confieso que sólo en una cosa me aventajas”. Y apremiado que dijese en qué, contestó: “Me vences sólo en la humildad”.
“Naturaleza y Educación de la Humildad” – Padre Miguel Ángel Fuentes
#PERFECCIÓNESPIRITUAL
17.01.202507:04
LA VERDADERA PRÁCTICA DE LA HUMILDAD PARTE 1 DE 2
1º ABORRECER EL VICIO DE LA SOBERBIA:
Debemos ser conscientes de que, como dice la Escritura: “Preludio de ruina es la soberbia” (Pr 16, 18), y esa ruina suele llegar al orgulloso especialmente a través del desorden sexual. San Gregorio ha escrito –y la experiencia lo demuestra– que “el orgullo es semillero de impurezas, porque la carne precipita en la humillación a los que su altivez encumbra”. La soberbia, dice San Alfonso, va fácilmente acompañada del espíritu de lujuria.
Por eso el demonio no teme a los soberbios. Cuenta Cesáreo que cierto día llevaron un poseso a un monasterio cisterciense; el abad llevó consigo a un joven religioso, considerado como muy virtuoso, y dijo al demonio: “Si este religioso te manda salir del poseso, ¿te atreverás a resistirte?”. A lo que contestó el demonio: “A ese religioso nada temo, porque es soberbio”.
Si las caídas en el vicio de la lujuria se relacionan con la soberbia como su castigo y consecuencia, no hay que olvidar que las tentaciones de lujuria, cuando no son consentidas, a menudo son permitidas por Dios para ayudar a la persona proclive al orgullo a mantener la humildad. Porque las tentaciones contra la pureza, especialmente si son humillantes, nos recuerdan que, como la estatua de Nabucodonosor, tenemos pies de barro, aunque nuestra cabeza pueda ser de oro (…)
2º NO GLORIARNOS DEL BIEN QUE HAGAMOS:
(…) Dios muchas veces se vale de nosotros para hacer grandes bienes. ¡Pero los hace Él! ¡Los necios creen que son ellos quienes obran! “Por gracia de Dios soy lo que soy”, dice San Pablo (1Co 15, 10). Y también: “De nuestra parte no somos capaces ni siquiera de un buen pensamiento” (2Co 3, 5). De ahí la advertencia del Señor: “Cuando hayáis hecho todo lo que se os ordenó, decid: Somos siervos inútiles; hicimos lo que teníamos que hacer” (Lc 17, 10).
¡Qué fácil es decirlo, y qué difícil creerlo! A veces lo dicen nuestros labios, pero sin el convencimiento de nuestro corazón. Inútil quiere decir: “el que no sirve”. Y de hecho, ¿qué utilidad reportan nuestras obras a Dios? Con nuestros mejores actos, ¿qué le damos? (…) somos incapaces de corresponder lo que Dios merece por lo que es y por el infinito amor que nos ha manifestado al crearnos y redimirnos (…) cada cosa que hacemos bien [es] una devolución de lo que Dios nos ha dado primero. Como el niño que en el cumpleaños de su padre le compra un obsequio... ¡con el dinero que le dio su propio padre!
3º MANTENER LA DESCONFIANZA SOBRE UNO MISMO:
“Maldito el hombre que confía en el hombre” (Jr 17, 5). Y nadie más necio que quien confía en sí mismo. Si Dios no nos ayuda, no nos podemos conservar en gracia (…)
¿Confiar en nuestras fuerzas, en nuestra ciencia, en nuestras cualidades? San Ignacio, predicando en Roma sin pompa alguna y con expresiones impropias, porque, como cuenta Ribadeneira, no sabía bien italiano, hacía tal provecho que sus oyentes iban a confesarse derramando tantas lágrimas que casi no podían hablar. En cambio, hay sabios que con toda su elocuencia y facundia no convierten ni un alma.”
#PERFECCIÓNESPIRITUAL
1º ABORRECER EL VICIO DE LA SOBERBIA:
Debemos ser conscientes de que, como dice la Escritura: “Preludio de ruina es la soberbia” (Pr 16, 18), y esa ruina suele llegar al orgulloso especialmente a través del desorden sexual. San Gregorio ha escrito –y la experiencia lo demuestra– que “el orgullo es semillero de impurezas, porque la carne precipita en la humillación a los que su altivez encumbra”. La soberbia, dice San Alfonso, va fácilmente acompañada del espíritu de lujuria.
Por eso el demonio no teme a los soberbios. Cuenta Cesáreo que cierto día llevaron un poseso a un monasterio cisterciense; el abad llevó consigo a un joven religioso, considerado como muy virtuoso, y dijo al demonio: “Si este religioso te manda salir del poseso, ¿te atreverás a resistirte?”. A lo que contestó el demonio: “A ese religioso nada temo, porque es soberbio”.
Si las caídas en el vicio de la lujuria se relacionan con la soberbia como su castigo y consecuencia, no hay que olvidar que las tentaciones de lujuria, cuando no son consentidas, a menudo son permitidas por Dios para ayudar a la persona proclive al orgullo a mantener la humildad. Porque las tentaciones contra la pureza, especialmente si son humillantes, nos recuerdan que, como la estatua de Nabucodonosor, tenemos pies de barro, aunque nuestra cabeza pueda ser de oro (…)
2º NO GLORIARNOS DEL BIEN QUE HAGAMOS:
(…) Dios muchas veces se vale de nosotros para hacer grandes bienes. ¡Pero los hace Él! ¡Los necios creen que son ellos quienes obran! “Por gracia de Dios soy lo que soy”, dice San Pablo (1Co 15, 10). Y también: “De nuestra parte no somos capaces ni siquiera de un buen pensamiento” (2Co 3, 5). De ahí la advertencia del Señor: “Cuando hayáis hecho todo lo que se os ordenó, decid: Somos siervos inútiles; hicimos lo que teníamos que hacer” (Lc 17, 10).
¡Qué fácil es decirlo, y qué difícil creerlo! A veces lo dicen nuestros labios, pero sin el convencimiento de nuestro corazón. Inútil quiere decir: “el que no sirve”. Y de hecho, ¿qué utilidad reportan nuestras obras a Dios? Con nuestros mejores actos, ¿qué le damos? (…) somos incapaces de corresponder lo que Dios merece por lo que es y por el infinito amor que nos ha manifestado al crearnos y redimirnos (…) cada cosa que hacemos bien [es] una devolución de lo que Dios nos ha dado primero. Como el niño que en el cumpleaños de su padre le compra un obsequio... ¡con el dinero que le dio su propio padre!
3º MANTENER LA DESCONFIANZA SOBRE UNO MISMO:
“Maldito el hombre que confía en el hombre” (Jr 17, 5). Y nadie más necio que quien confía en sí mismo. Si Dios no nos ayuda, no nos podemos conservar en gracia (…)
¿Confiar en nuestras fuerzas, en nuestra ciencia, en nuestras cualidades? San Ignacio, predicando en Roma sin pompa alguna y con expresiones impropias, porque, como cuenta Ribadeneira, no sabía bien italiano, hacía tal provecho que sus oyentes iban a confesarse derramando tantas lágrimas que casi no podían hablar. En cambio, hay sabios que con toda su elocuencia y facundia no convierten ni un alma.”
#PERFECCIÓNESPIRITUAL
16.01.202507:00
15.01.202507:04
CASTIDAD Y MATRIMONIO
“Recuerde la mujer (…) que forma con el marido una sola persona y por eso no lo ha de amar de forma distinta a como se ama ella misma (…) hay que repetirlo muy a menudo, pues éste es el compendio de todas las virtudes de la mujer casada (…) la mujer está obligada a pensar que el marido lo es todo para sí y que es lo único que reemplaza a todos los demás nombres, al padre, a la madre, a los hermanos, a las hermanas, lo mismo que fue Adán para Eva, lo mismo que en Homero dice la virtuosísima Andrómaca que Héctor representaba para ella: «Tú para mí, tú solo eres mi padre y mi verdadera madre, tú mi dulce hermano, tú eres el grato esposo para todas las cosas»
Y si la amistad que parte de dos almas las convierte en una unidad ¿cuánto más verdadera y eficazmente conviene que esto se garantice con el matrimonio, siendo como es lo único que aventaja, con mucho, a todas las demás amistades? Por esta razón se dice que forman no sólo un alma o un cuerpo partiendo de dos, sino también una sola persona. Por lo tanto, lo que el varón dijo de la mujer: «Por ella dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su esposa», conviene que, incluso con mayor razón y motivo, lo diga y lo sienta la mujer (…) Hipsicratea, esposa de Mitrídates, rey del Ponto, que, con atuendo masculino, siguió a su marido derrotado mientras huía (...) consideró que encontraría el reino, las riquezas y la patria en el mismo lugar que estuviera el marido. Este comportamiento fue para Mitrídates el mayor alivio contra sus dolores y el consuelo de todos sus males. Flacila acompañó al exilio a su marido Nomo Prisco y Egnacia Maximilia hizo lo propio con el suyo Glitón Galo, incluida la pérdida de enormes riquezas, porque habían tenido que salir de Roma y de Italia.
(…) todas estas mujeres estaban convencidas de que, para ellas, sus maridos rebasaban y reproducían copiosamente todas las riquezas que abandonaban; por este motivo alcanzaron gran renombre entre todos los pueblos (…) Hubo muchas mujeres que prefirieron soportar personalmente el peligro en lugar de sus maridos. La mujer de Fernán González, conde de Castilla, cuando el rey de León (…) tenía en prisión a su marido (…) se acercó a la cárcel con la intención de visitarle y [lo] convenció para que, después de intercambiarse el vestido, se escapase, y la dejase a ella en la prisión [y] así lo hizo él. Sorprendido el rey por el amor de aquella mujer, pidiendo para sí y sus hijos esposas iguales, la devolvió a su marido.
(…) Habiendo emigrado los tirrenos en número considerable desde su isla a Esparta y habiendo sospechado los lacedemonios que aquéllos tramaban una especie de revolución (…) fueron todos encerrados en la cárcel del pueblo y condenados a (…) muerte; sus mujeres, una vez conseguida de los guardianes [el] acceder hasta donde se hallaban sus maridos para saludarlos y consolarlos, permutaron sus vestidos con ellos. Estos, con la cabeza recubierta según la costumbre de sus esposas, se evadieron de la cárcel y en su lugar dejaron a sus esposas, a las que más tarde recuperaron junto con sus hijos y todos los enseres, aterrorizando a los lacedemonios (…) De este suceso tan relevante hicieron mención tanto Valerio Máximo como Plutarco.
(...) los maridos (…) aman ardientemente a las esposas por las que con seguridad se saben amados. Así, cuentan que Ulises despreció a las diosas Circe y Calipso por la mortal Penélope y que se dirigió y llegó hasta donde ella estaba tras diez años de pasar penalidades, tribulaciones y dificultades por el mar. Héctor, sabiendo que Andrómaca tenía puesto todo su amor en él, la amó tan profundamente que dijo que la destrucción de Troya no le dolía tanto por sus padres o sus hermanos como por su esposa (…)”
“La instrucción de la mujer cristiana” - Juan Luis Vives
#CASTIDADYMATRIMONIO
“Recuerde la mujer (…) que forma con el marido una sola persona y por eso no lo ha de amar de forma distinta a como se ama ella misma (…) hay que repetirlo muy a menudo, pues éste es el compendio de todas las virtudes de la mujer casada (…) la mujer está obligada a pensar que el marido lo es todo para sí y que es lo único que reemplaza a todos los demás nombres, al padre, a la madre, a los hermanos, a las hermanas, lo mismo que fue Adán para Eva, lo mismo que en Homero dice la virtuosísima Andrómaca que Héctor representaba para ella: «Tú para mí, tú solo eres mi padre y mi verdadera madre, tú mi dulce hermano, tú eres el grato esposo para todas las cosas»
Y si la amistad que parte de dos almas las convierte en una unidad ¿cuánto más verdadera y eficazmente conviene que esto se garantice con el matrimonio, siendo como es lo único que aventaja, con mucho, a todas las demás amistades? Por esta razón se dice que forman no sólo un alma o un cuerpo partiendo de dos, sino también una sola persona. Por lo tanto, lo que el varón dijo de la mujer: «Por ella dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su esposa», conviene que, incluso con mayor razón y motivo, lo diga y lo sienta la mujer (…) Hipsicratea, esposa de Mitrídates, rey del Ponto, que, con atuendo masculino, siguió a su marido derrotado mientras huía (...) consideró que encontraría el reino, las riquezas y la patria en el mismo lugar que estuviera el marido. Este comportamiento fue para Mitrídates el mayor alivio contra sus dolores y el consuelo de todos sus males. Flacila acompañó al exilio a su marido Nomo Prisco y Egnacia Maximilia hizo lo propio con el suyo Glitón Galo, incluida la pérdida de enormes riquezas, porque habían tenido que salir de Roma y de Italia.
(…) todas estas mujeres estaban convencidas de que, para ellas, sus maridos rebasaban y reproducían copiosamente todas las riquezas que abandonaban; por este motivo alcanzaron gran renombre entre todos los pueblos (…) Hubo muchas mujeres que prefirieron soportar personalmente el peligro en lugar de sus maridos. La mujer de Fernán González, conde de Castilla, cuando el rey de León (…) tenía en prisión a su marido (…) se acercó a la cárcel con la intención de visitarle y [lo] convenció para que, después de intercambiarse el vestido, se escapase, y la dejase a ella en la prisión [y] así lo hizo él. Sorprendido el rey por el amor de aquella mujer, pidiendo para sí y sus hijos esposas iguales, la devolvió a su marido.
(…) Habiendo emigrado los tirrenos en número considerable desde su isla a Esparta y habiendo sospechado los lacedemonios que aquéllos tramaban una especie de revolución (…) fueron todos encerrados en la cárcel del pueblo y condenados a (…) muerte; sus mujeres, una vez conseguida de los guardianes [el] acceder hasta donde se hallaban sus maridos para saludarlos y consolarlos, permutaron sus vestidos con ellos. Estos, con la cabeza recubierta según la costumbre de sus esposas, se evadieron de la cárcel y en su lugar dejaron a sus esposas, a las que más tarde recuperaron junto con sus hijos y todos los enseres, aterrorizando a los lacedemonios (…) De este suceso tan relevante hicieron mención tanto Valerio Máximo como Plutarco.
(...) los maridos (…) aman ardientemente a las esposas por las que con seguridad se saben amados. Así, cuentan que Ulises despreció a las diosas Circe y Calipso por la mortal Penélope y que se dirigió y llegó hasta donde ella estaba tras diez años de pasar penalidades, tribulaciones y dificultades por el mar. Héctor, sabiendo que Andrómaca tenía puesto todo su amor en él, la amó tan profundamente que dijo que la destrucción de Troya no le dolía tanto por sus padres o sus hermanos como por su esposa (…)”
“La instrucción de la mujer cristiana” - Juan Luis Vives
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14.01.202507:00
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