Los imanes no ayudan a la integración sino más bien el contrario. En primer lugar, porque es muy distinto a un cura católico. Si no estoy equivocado, un sacerdote está como mínimo seis años en el seminario. El equivalente, o más, a una carrera universitaria. Un imán, no. Basta que sepa el Corán de memoria. Tampoco ejerce actividad profesional al margen de la mezquita. Dirige la oración cinco veces al día. Sería imposible, en una jornada laboral normal ausentarse tantas veces del trabajo. Y, de hecho, vive de las donaciones de los fieles.
Eso significa, por otra parte, que no se relaciona con personas más allá de la comunidad musulmana. Supongo que también es partidario, por razones obvias, de una concepción estricta del Islam. Especialmente con las mujeres. De hecho, como saben, las mezquitas son solo para hombres.
Hace años, un concejal de Unió de un pueblo de la Costa Brava me contó que en un municipio cercano en cuanto un imán se cruzaba con una mujer por la calle, ésta tenía que bajarse de la acera.
Aquí hemos facilitado la apertura de mezquitas y la llegada de imanes —generalmente de Marruecos— en pos de la «integración». Pero no la facilitan, más bien la entorpecen. Tenemos un problema. Y grave. Además, sin visos de solución.
Xavier Rius