Por si no hubieras podido abrirlo:
Hoy tengo un ataúd que alberga mi dolor mejor que el cuerpo, ni toda el agua de los ríos asiáticos bastaría para sumergirlo.
Hoy tengo un ataúd en el que caben familiares y contrabandistas, un espacio suficiente para levantarme contra el hombre que seré mañana y el recuerdo de Benito Pérez Galdós cuando dejó de respirar sobre mis muslos.
Seis mascotas he tenido, sólo cinco veces he llorado; porque, cuando tropiezas mucho con la misma piedra, es la piedra la que tropieza contigo.
Compadezco a quien se encuentra el mar con un cuchillo en la espalda.
Compadezco a quienes tienen por oficio hacerme débil porque de la debilidad tomé mi fortaleza.
Compadezco a los tristes porque consiguen interesarme y a los felices porque tienen por castigo la falta de empatía.
La felicidad es enemiga de la conciencia; nunca se ha conocido a un español que fuera feliz y se le permitiera tener conciencia.
La tristeza y la felicidad son del mismo modo insoportables, por eso yo soy feliz e infeliz todos los días de mi vida; tras agotarme con la felicidad, con la tristeza descanso.
Soy digno de mi felicidad: voy al sur de vez en cuándo para darle sombra a un alquimista y las lechuzas segovianas jadean conmigo el recuerdo del alba anterior.
No voy por la vida como si fuese la moneda perdida de un filósofo.
He enseñado a andar a los armenios.
Ahora sé que las mandarinas existen para que yo no las entienda.
Y he reído sin parar cuando me operaron de fimosis porque todos, alguna vez, hemos sido felices a escondidas.
Pero incluso siendo feliz produzco lástima; valga una puesta de sol entre los agujeros de mis dientes para que sirva como prueba.