El fracaso es el mejor maestro porque nos confronta con nuestras debilidades, nos empuja a replantear nuestras decisiones y nos brinda valiosas lecciones que no se aprenden cuando todo marcha bien. A diferencia del éxito, que muchas veces nos adormece en la zona de confort, el fracaso nos sacude, nos humaniza y nos obliga a crecer. Por ejemplo, una persona que vivió una ruptura amorosa dolorosa puede, tras superar el duelo, reconocer patrones negativos de comunicación, dependencia emocional o falta de límites. Esa experiencia, aunque amarga, le permite madurar, sanar y prepararse para construir vínculos más sanos y conscientes en el futuro. A veces, perder es lo que nos hace ganar sabiduría.