Alguna vez has estado en un lugar tan silencioso que parece que la tierra contiene la respiración?
El bosque se mantiene inmóvil, una catedral de troncos antiguos y raíces retorcidas, donde el tiempo se ralentiza hasta convertirse en un susurro. Y allí, derramándose como una marea fantasmal entre los árboles, una legión de campanillas de invierno, frágiles pero inflexibles, pálidas como la luz de la luna en un campo de batalla olvidado. No imploran atención. Simplemente existen, delicadas saboteadoras del agonizante dominio del invierno.
Esta no es una escena para los apurados o los indiferentes. Las campanillas de invierno no florecen para los poetas o los vagabundos; florecen porque deben hacerlo. Cada una es una rebelión, un desafío silencioso contra la fría indiferencia de las estaciones. Emergen de la tierra que se descongela como recuerdos olvidados, sin el peso del pasado o el futuro, sin preguntar nada, probándolo todo. No hay arrogancia en su belleza, solo certeza.
Tal vez el mundo pertenece a quienes resisten, quienes se abren paso a través de la escarcha, quienes se levantan incluso cuando nadie los mira. Tal vez la supervivencia no sea una cuestión de fuerza, sino de saber cuándo florecer.
Alguna vez has estado entre cosas tan frágiles y te has sentido pequeño en su presencia?